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¿Cuánto hay que arriesgar para que la vida cuente?

La rutinaria llegada a Europa de 45 chicos africanos en una cáscara de nuez


Lo vi todo desde muy lejos. En el barco naranja de Salvamento Marítimo se apiñaban todos junto a la salida, como si por estar más cerca fuesen a pisar antes la tierra [o Europa]. Sanitarios y periodistas, escoltados por la Guardia Civil y la Policía Portuaria cubiertas con mascarillas, los esperaban en el muelle. Me imaginé los ojos aterrados de la travesía buscando complicidad en una cara tapada por aquel artilugio aséptico, que absurdo es todo.


Me pregunto si seguirán en ese calabozo del que nos habló el policía soberbio, o si se los habrán llevado ya a un centro de esos que los retienen hasta que encuentran el convenio burocrático que los devuelve a su país.

No dejo de pensar que cualquiera de ellos podría ser yo. O peor, que yo podría ser cualquiera de ellos si no fuese porque nací en este lugar del planeta.


Hicieron grupos y algunos bajaron en dos filas y los otros siguieron apelotonados en cubierta. Había seis guardias civiles por cada 20 chicos y se distribuían militarmente a ambos lados, hasta hacerles llegar a las enfermeras de la Cruz Roja.


La naturalidad de aquel espectáculo era escalofriante. Aterradora. No sé sí era de esperar encontrar un cierto aire de victoria en la cara de los 45 chicos que cruzaban el Mar de Alborán en una cáscara de nuez de 9m de eslora. La verdad es que no había ni rastro de ese aire, sólo se hablaba de que habían tenido suerte en la mar aquel día. Los empleados de la inmigración bromeaban entre ellos: algo tienen que hacer para no ver cientos de pupilas flotando a la deriva en el Mediterráneo cuando lleguen a sus casas. Evadirse de la realidad que no existe.

Habéis venido un buen día- nos comenta el periodista de EFE mientras bromea con un calvo de Cruz Roja lo bien que le ha sacado el flequillo en la foto- otros días llegan niños, mujeres embarazadas, muertos… ya son quince años haciendo “pateras”.


Yo casi no escucho a ese hombre. Que absurdo es todo. Contengo las lágrimas mientras pienso en el futuro de los chicos. La Cruz Roja les da a cada uno un par de zapatillas y ropa limpia. Ellos llegan con lo puesto: una camiseta de manga corta y unos pantalones largos. Habrán pasado frío seguro. Y miedo, y sed, y hambre, y aburrimiento de las olas. Me pregunto que pensarán los pájaros cuando les sobrevuelan en el mar.

Esperan en las filas a que llegue su turno y les atienda una enfermera. Los que consiguen levantar la vista del suelo casi no miran a su alrededor. Ni los unos ni los otros. Nos cuentan que fingen no saber hablar francés y no recordar que país es su patria para no ser deportados. Que absurdo todo. Pienso en sus madres en África.


Después de 10 minutos que entra el último chico en el calabozo y se cierra la puerta llega el ferry de Melilla, seguramente habría salido a unos escasos kilómetros de donde embarcaron aquellos chicos en la otra orilla. Se oye Amy Winehouse a todo volumen. Que absurdo todo.



APROXIMADAMENTE UN AÑO DESPUÉS, cuando coordinaba la campaña del velero de Ecologistas en Acción Diosa Maat quisimos hacer en Melilla una mención especial a estas personas que cruzan los mares en busca de una vida mejor. A veces inconscientes de lo que les espera, otros porque no tienen absolutamente nada que perder.

Este vídeo lo hicimos con la colaboración de José Palazón, director de Prodein y todo un referente de la defensa de los Derechos Humanos.




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© 2019 beatriz hernanpino

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